Balance de los seis primeros meses del año:
Mi propósito fue impulsado por la impresión que me causó la lectura de "No impact man" de Colin Beavan. Curiosamente, este libro llegó a mis manos de forma "reciclada": estaba en la estantería de espurgo de la biblioteca.
Beavan se propuso reducir su "huella de carbono", su impacto en el medio ambiente, a "cero pelotero". Tiempo del experimento: un año. Empezó a relatar su experiencia en un blog, posteriormente se editó en el libro y luego se plasmó en una película de Netflix.
Estamos hablando de cambios y acciones absolutamente radicales en un matrimonio de treintañeros que viven en Nueva York, pijos con profesiones liberales (no es que le desprecie o insulte por ello, él mismo se define así) y su hija de dos años.
La verdad es que el libro me obsesionó porque veía absolutamente imposible que no dejemos ni un solo resto, ni un solo residuo, que no impactemos en nuestro entorno por mucho que nos empeñemos.
Las peripecias que les ocurren son incontables. En cuanto nos ponemos a pensar en las consecuencias de cada uno de nuestros actos, por pequeños que sean, y la influencia económica y medio ambiental que suponen, te vuelves loco. Hagas lo que hagas, vas a contaminar. Desde que te levantas hasta que te acuestas. Por muy buena voluntad que le eches. Pero siempre puedes hacer algo para ensuciar un pelín menos el mundo.
Te planteas cómo viajar sin emitir carbono. ¿Y qué como? ¿Cómo me caliento? Más aún: ¿somos conscientes de lo contaminante que es la producción de electricidad? ¿Y qué hago? ¿Me busco un generador, un acumulador? ¿Y dónde lo meto? ¿Cuánta ropa tengo que tener? ¿Qué es menos perjudicial: un libro de papel o uno electrónico? Así con todo.
El libro parte de una base, que comparto totalmente, y es que aquí no estamos hablando de ascetismo ni de sobrevivir. No he venido yo a este mundo para ir de mártir por la vida. Se trata de no desperdiciar. La cuestión es empezar a plantearte lo más básico: ¿hasta qué punto necesito muchas de las comodidades de las que disfruto? Y la pregunta típica - tópica: ¿consumir me produce más felicidad? ¿Este nivel de consumo me tiene esclavizado a un trabajo? Demasiadas preguntas. ¿Acaso soy incapaz de ayudar al mundo?
Y aún así , con este maremágnum de dudas, uno se lanza con toda su buena voluntad a intentar aportar un granito de arena a la causa. Ojo, que cuando te embarcas en estas aventuras has de ser consciente que es una elección personal. Es decir, no te pongas en plan iluminado - gurú - poseedor de la verdad - plasta. Hay que predicar con el ejemplo porque, cuando empiezas a tomar ciertas decisiones, seguramente te vas a topar con la incomprensión, críticas e incluso cachondeo de familiares y amigos. No seas brasas. Respeta a la gente que no comparte esta iniciativa.
Bueno, pues manos a la obra:
Y en estas reflexiones estaba sobre todos los temas relacionados con mis hábitos de consumo cuando nos confinaron. Adiós a excursiones al mundo exterior para ir a lejanos parajes en bici a adquirir mis alimentos de temporada directamente en el productor. Bueno, ni alimentos ni nada. He tenido que limitarme a lo que ofrecían las grandes superficies que me quedan al lado de casa. Y aunque alguna presuma de que sus productos son "de cercanía", "bio" y no sé cuantos engaños "ecológicos" más, el origen, el cultivo y la presentación son más que sospechosos y el precio por ser de cercanía, bio y ecológicos, inasumible. Que le tomen el pelo a otro con su "lavado de cara ecológico", conocido como Greenwashing. En el tema de envoltorios y el "mundo plástico" prefiero no meterme en este post porque merece capítulo aparte.
De sobra sé que tenía la opción "online" para comprar, pero al principio de este caos no todas las tiendas estaban preparadas para ello y las que lo estaban podían tardar lo que no está escrito en traerte el pedido. Mi otra cuita era: "vale, compro online, pero estoy exponiendo a una persona a que se contagie por traerme un pedido de algo que a lo mejor no es tan necesario". Pero precisamente mucha gente ha conservado su trabajo por realizar esos encargos.
Total, que aquí llegó ya mi disyuntiva definitiva: ¿Cómo puedo ayudar, dentro de mis humildes posibilidades, a remontar a la economía y al tiempo no traicionar mi espíritu minimalista/ecológico?
La respuesta (quizá) en el próximo capítulo.