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jueves, 13 de octubre de 2022

"La casa en el confín de la tierra": con ella empezó todo



 Ay Lovecraft, Lovecraft... que si no hubiera sido por Hope Hogson no sé qué habría sido de tu Cachulu...

Y es que hoy vengo a reinvindicar la obra de William Hope Hogson, autor muy poco reconocido, y eso que fue una gran influencia para el escritor nombrado en el párrafo anterior y que también fue idolatrado por Terry Pratchett.

Hope nació en Essex el 15 de noviembre de 1877. Ya les voy advirtiendo que esto empieza mal y acaba peor porque, de los once hermanos que tuvo, tres murieron siendo niños y esto se le quedó grabado de tal forma que la muerte infantil fue un tema recurrente en su obra. Su padre fue un sacerdote anglicano que era trasladado constantemente de parroquia, y mira, de algo sirvió tanta mudanza porque uno de los lugares donde recaló la familia, County Galway en Irlanda, le sirvió a William como escenario de la novela que nos ocupa (que viendo de lo que trata, no quiero ni pensar cómo sería la iglesia en cuestión...).

El caso es que el chaval acabó en un internado del que se escapó con trece años para hacerse  marinero. Le descubrieron, tuvo que volver, pero el padre acabó cediendo, firmó el permiso y su vástago se hizo grumete. Mientras el hijo se formaba como marinero, su padre murió de un cáncer y la familia tuvo que vivir de la caridad, sumidos en una pobreza bastante terrible. Para Hogson la vida en el mar tampoco fue fácil. Tuvo que aprender a pelear porque sus aguerridos compañeros no paraban de meterse con él y hacerle la vida imposible (era bajito y atractivo). Total, que se hizo respetar currándose unos brazos como aspas de molino que de una tollina se quitaban de enmedio a cualquier matón del barco. Y por supuesto este maltrato a grumetes generalizado en el medio marinero le sirvió también de inspiración para alguno de sus escritos.

Mira que pose tengo de perfil


Les aseguro que la vida de este escritor es de lo más entretenida, habiendo sido también director de un gimnasio para culturistas, desarrollando su propio método de entrenamiento, fotógrafo, experto en tiro, teniente en la Royal Artillery y el tipo que puso en apuros al mismísimo escapista Houdini, cuando este hizo un espectáculo en la ciudad en la que vivía Hogson. El escritor fue el que le puso las esposas al mago cuando hizo un número en el que debía escaparse de la prisión de Blackburn. Casi no lo logra y le echó la culpa a Hope por atascar las esposas y dañarle las muñecas. A Hogson le gustaba ser famosete y aprovechaba cualquier oportunidad para dar la nota.

Lector ávido de Edgar Allan Poe, H. G. Wells, Jules Verne y Arthur Conan Doyle, decidió escribir y publicar su primer cuento en 1904. Como se le dió bien venderlo, y negociar los derechos de autor con varias revistas inglesas y norteamericanas, se fue animando y en 1907 publicó su primera novela "Los botes del Glenn Carrig". Animado por las críticas positivas, en 1908 escribió el libro que nos ocupa.

Antes de analizar "La casa en el confín de la Tierra", diremos que Hogson murió por el disparo de un obús de artillería enemiga en Bélgica en la Primera Guerra Mundial (1918). Participó en esta contienda en infantería, no en marina, al negarse a volver a ese cuerpo tras la mala experiencia vivida en su juventud. Y tras su muerte... el olvido (ya les dije que acababa mal).

Se cuidaba

¿Que nos encontramos en esta novela pionera en su género? Pues para empezar un original prefacio en el que el autor nos indica que lo que va a exponer a continuación es una obra inconclusa y a trozos que le llegó por casualidad, que le dejó muy sorprendido... Y digo original porque, aunque lo que ocurre en la historia y cómo se relata suena a muchísimas cosas más, siempre hay que tener en cuenta (insisto) que Hogson fue el primero que lo hizo y que es increíble todo lo que se le ha plagiado y lo que ha supuesto como fuente de inspiración para otros autores. 

La trama comienza con dos amigos que van a un pueblo remoto de Irlanda a pescar y, en una de sus caminatas, entran en una zona inhóspita, con una geología que raya en lo onírico, y descubren una especie de diario destrozado e inconcluso en las ruinas de una mansión. Ni que decir tiene que lo leen y descubren el relato de lo que le sucedió al último dueño de la casa. A este hombre le dio por explorar los alrededores de la mansión (en qué mala hora), y descubrió lo que había en la sima sobre la que prácticamente se situaba la casa. A raíz de "despertar" a los infraseres que vivían por las cuevas que estaban ocultas en esa inmensa oquedad, el protagonista se enfrenta a toda una serie de desventuras sin saber el motivo por el que esos bichos repugnantes, mitad cerdo mitad humanos, le persiguen, le acosan y le obligan a encerrarse en su casa, luchando con todas sus fuerzas contra el asedio cerdil.

Llega un momento en el que el relato del diario se hace repetitivo y confuso porque, llevado a los límites de la locura, el protagonista comienza a describir cómo los ciclos del tiempo (noche/día, las estaciones, los años...), empiezan a alterarse y acaba haciendo unos viajes astrales de flipar. 

Obviamente no les voy a contar lo que le ocurre al caballero asediado, pero sí me permito decirles que, cuando terminan de leer el diario, los dos pescadores salen por patas de allí como alma que lleva el diablo.

Una vez más, mi típica/tópica frase: les recomiendo encarecidamente la lectura de este libro pionero en el género del horror cósmico, con su buena dosis de casa encantada, parajes impíos y espantosos, criaturas abisales y abismos/universos insondables.


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