En ella se desarrolla una de las ideas más maravillosas que he leído en mi vida. El creador de "El Señor de los Anillos" tuvo una feliz ocurrencia: enviar cartas a sus hijos simulando que era el propio Papá Noel el que las escribía y firmaba. En ellas narraba las peripecias que le habían sucedido cada año en el Polo Norte y, para que no resultasen mónotonas, también participaban varios de sus ayudantes y otros personajes "secundarios", como los trasgos. Esta bellísima costumbre se extendió desde 1920, cuando su primogénito John contaba con tres añitos de edad, hasta 1943, año en el que su hija Priscilla cumplió los catorce.
Las cartas se publicaron en 1976, tres años después de la muerte del escritor, gracias a Baillie Tolkien, la esposa de su hijo Christopher. Lamentablemente no todas han llegado hasta nosotros. En la mayoría de las cartas aparecen dibujos originales del autor, con escenas que recrean las aventuras contadas en ellas. Tolkien se curró hasta el último detalle y también diseñó y dibujó los sobres, sellos y matasellos del Polo Norte para simular los envíos, que entregaba a sus hijos por mediación del cartero, o dejándolas junto a los regalos en la mañana de Navidad.
Una de las ilustraciones de las cartas |
En las cartas hacía la letra de Papá Noel temblorosa y vacilante, para que resultara verosímil que las hubiera escrito un anciano. Uno de los ayudantes que colaboraba era el Oso Polar, que anotaba párrafos de su propia cosecha en mayúsculas para demostrar su poderío o llevar la contraria a Papá Noel. En las cartas finales, era el secretario de Papá Noel, Ilbereth, el que escribía con una caligrafía más elegante, dado que se suponía que el anciano ya estaba muy cansando y le temblaba mucho la mano para hacerlo.
Así dibujaba "Papá Noel" las cuevas donde transcurre una de las aventuras |
En definitiva, este libro es una lectura deliciosa, independientemente de que seas un adulto descreído o un padre o madre con chavalines en edad de recibir esas mismas cartas. Es más: deseando estoy que algún familiar o amigo tenga un bebé para que pueda ir escribiendo misivas de mi cosecha, haciéndome pasar por Santa Claus o, ¿por qué no?, por los Tres Reyes Magos. Ya lo dice la publicidad: ¡¡¡no hay límites!!!
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