¡Qué duro es conciliar mi afán consumista con una mínima conciencia medioambiental!
En otra vida debí ser una urraca. Si no, no entiendo esta fascinación mía con todo lo que brilla. Tampoco es muy normal que haya sufrido el Síndrome de Stendhal en la inauguración de los dos grandes bazares del barrio (¡¡¡10.000 metros cuadrados cada uno nada menos!) Y si hablamos de adornos navideños... En su día tendrán una entrada para ellos solos. Dame un souvenir kitsch, dame un adorno con cristalitos de colores, lentejuelas, espejitos o todo junto. Dame un objeto que se pueda poner como foto en el diccionario acompañando a la definición de abigarrado.
Qué gusto da adquirir cosas bonitas a las que quizá des un uso, quizá se queden olvidadas en un rincón, pero en ambos casos la sensación de gratificación al comprarlos es un subidón momentáneo indescriptible. Es el aquí y ahora, el verdadero carpe diem. ¿Cómo no darse ese capricho que te mereces tras trabajar tropecientas horas al día? ¿Cómo acordarse en ese momento de los recursos usados para producir la cosa inútil (o no) que tienes entre manos? ¿Quién ha sido explotado (o no) para fabricarlo? Y cuando te canses de ello, lo más seguro que sea más pronto que tarde, ¿en cuánto tiempo desaparecerá de la faz de la Tierra? ¿Dejará algún "recuerdo" no biodegradable?
No nos engañemos. Aunque afortunadamente cada vez somos más (sí, yo también poco a poco) los que nos planteamos estas cuestiones a la hora de adquirir bienes necesarios en mayor o menor medida, la gran mayoría de nosotros estamos inmersos en la vorágine de la sociedad consumista que nos ha tocado vivir. Pocos pueden evitar no dejarse llevar por las tentaciones perfectamente orquestadas a través de campañas que nos ofrecen estrenar una nueva vida, una nueva imagen o un nuevo yo cada x meses o temporadas. ¡Y lo más cachondo es que te venden como novedad tendencias y modas de forma cíclica de tal manera que la ropa de tu abuela te la colocan con la etiqueta "Vintage" y p´alante, a pagar un pastizal por lo que hace poco echaste al contenedor de la ropa para beneficencia! ¡Si lo sé me lo quedo y paso por ser la más "fashion" del barrio!
Sí, mi parte cínica y escéptica me invade en estos momentos...
Esto es un no parar, entre las inversiones a corto plazo, véase endeudarse hasta las cejas por ese viajecito a tierras exóticas por el que hemos tenido que pedir un préstamo, y lo poquito que nos duran aparatos que antes casi hasta se heredaban (¿qué fue de la lavadora de mi madre que duró décadas haciendo varias coladas al día?) es raro comprar algo y que te compense el gasto a largo plazo, a no ser que estemos hablando de un seguro de entierro...
Creo que es un buen ejercicio de reflexión ver el documental "Minimalism" de Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus. Estos dos caballeros tienen el valor de predicar, en uno de los países más consumistas del mundo (USA), la contención en la adquisición de bienes, que le demos una oportunidad al "hazlo tú mismo" y comprobar que la gratificación puede ser más intensa y duradera que el estar con el ansia viva por gastarse el sueldo del mes en el siguiente invento de la empresa de la manzanita (por un poner).
De verdad que yo lo intento. Hace tiempo que incorporé a mi vida el Método Konmari, consistente, a grandes rasgos, en deshacerte de lo que no uses o necesites. Tirar sin compasión. Ojo, que tirar también puede ser vender, donar o regalar. Tú coges por ejemplo toda tu ropa, la clasificas por clases: jerseys, pantalones, faldas... Vas seleccionando lo que de verdad usas y eso lo guardas y con el resto haces montones con lo que puedes vender, donar o regalar. Si eres un blando como yo, puedes despedirte de los objetos que te han sido útiles o que te dé pena deshacerte de ellos, pero la verdad, eso de ponerme en la mejilla unos calcetines pasados, darle las gracias por el servicio prestado... Me convence la base del método, la parte japo-sentimental, como que no.
En definitivas cuentas, que me queda un largo camino para dejar de lado mi yo "gastón" y abrazar por completo la filosofía Zero Waste Challenge (mira que generamos basura...) y las sabias reflexiones del gran Zygmunt Bauman en su libro "Vida de consumo", brillantísimo análisis y demoledoras conclusiones sobre nuestra sociedad de consumo.
Tengo tan presente aquello del "Memento mori" que, cómo evitar entrar en esas tiendas con cosas tan brillantes en los escaparates, con unos gatos dorados que mueven un solo brazo como invitándome a pasar, o ¡¡¡lo peor!!! con maravillosos objetos relacionados con el mundo de la papelería a la vista. No puedo, no puedo, no puedo...
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