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viernes, 16 de octubre de 2020

Nostalgia juguetera

Hace unos días me llamó muchísimo la atención ver a un chiquín que se acercaba a jugar con sus amiguitos en el parque portando una palangana rara. No pude por menos que quedarme un rato mirando para saber a qué leche iban a jugar con semejante artilugio. ¡Era un circuito para jugar a la peonza! ¡Qué ilusión me hizo ver que, en la era de los móviles, las tabletas, los videojuegos más sofisticados y requetevirtuales, hay niños que disfrutan de un juego REAL tradicional como ese! Quizá sea consecuencia del éxito de la serie Beyblade: Burst Turbo, no sé, el caso es que encantó que los chavales demostraran sus habilidades lanzando sus modernísimas peonzas, clavadas a las de la serie en cuestión.

No pude evitar una punzada de nostalgia acordándome de los juegos/muñecos de los que disfruté en la infancia. Unos para jugar en solitario y otros para compartir, quiero hacer un pequeño homenaje a algunos de ellos, los primeros que se me han venido a la cabeza al echar la vista atrás:


Exin Castillos


¡Pero qué construcciones más chulas se podían hacer con los diferentes modelos de Exin Castillos! Siempre podías echarle inventiva y hacer tus propios diseños.

Tente

Y si el juego anterior te daba para construir cosas distintas a un castillo con un pelín de imaginación, con las piezas del Tente ya podías crear casi lo que quisieras. Cómo molaban aquellos ladrillitos y distintas piezas de diferentes colores. Pero, sinceramente, creo que lo mejor de todo era la emoción de encontrar piezas cuando barrías debajo del armario. ¡Qué afán tenían de perderse y esconderse!


Multihobby 


Para niños amantes del bricolaje y de hacerse sus propios mecanos. Más de una vocación para cursar formación profesional o alguna ingeniería se debe a este colorido lote de "hazlo tú mismo".


Cartas familias del mundo


Bueno, bueno, bueno, gozada máxima. Este inocente juego de cartas, que quién sabe si con la tontería imperante hoy en día lo mismo hasta se considera "políticamente incorrecto", hace décadas nos descubría que había habitantes en el planeta de distintos colores y costumbres. ¡Qué sensación de poder te daba lanzar las cartas sobre la mesa, avasallando a tus compañeros de juego, berreando la retahila: "Papá esquimal, mamá esquimal, abuelo esquimal, abuela esquimal..." y así hasta completar la familia completa! Javier Fesser dejó testimonio de este juego en su maravillosa película "El milagro de P. Tinto". Por algo será si este genio quiso que la mítica baraja de las familias del mundo tuviera un momento de gloria en su peli.

Juegos de agua Geyper


La de horas que me habré pasado perdiendo la paciencia y los nervios intentando meter los aritos en los postes, llevando la pelotita por el laberinto... o cualquier malvado reto que te planteaban estas cajitas llenas de agua y sencillos circuitos que eran para mí inescrutables retos. El mecanismo no podía ser más simple ni más adictivo a la par: apretar un botón para lanzar un chorro de agua que impulsara las piezas y un poco de habilidad eran suficientes para pasar horas de diversión. El problema era mío si carecía de la mínima gracia para jugar y la diversión se acababa convirtiendo en el cabreo de un mono y un amago de ataque de ansiedad. Pero aún así... Cómo me lo pasaba.


Autocross


La joya de la corona. Por favor, miren el artilugio. Más simple que el mecanismo de un chupete. Pero el placer que sentía encendiendo la maquinita con la llave y poniéndome al volante del cochecito que giraría por el circuito sin parar sigue siendo inenarrable. Señor o señores creadores del Autocross, nunca podré agradecerles lo suficiente las horas, qué digo, días, que me pasé gozando del placer del conducir muchos años antes de que tuviera la edad suficiente para sacarme el carnet.


Juegos reunidos Geyper


¡Bravo! ¡Qué invitación a la ludopatía infantil tan sutil, con sus dados, su ruleta, su bingo...! Ojo, que también había juegos de habilidad, deducción... o clásicos como la oca o el parchís. Miren, miren qué presentación: todas las piezas tan colocaditas, tantos colorines... ¿Les parece exagerado que diga que más de uno digievolucinó de jugador de los Juegos Reunidos a visitador compulsivo de las casas de apuestas? Por favor, miren la cara del niño de la caja y no me digan que no es el rostro del ansia viva...


Cine Exín


E igual que digo que los maravillosos Juegos Reunidos Geyper causaron más de un caso de adicción al juego, me gustaría pensar que el Cine Exin propició alguna vocación para el mundo del cine. Qué simple pero qué efectivo aparatejo: metías la película, que venía en un cartucho, en el proyector y ala, a darle a la palanquita para delante y para atrás hasta que se te dormía la mano. La propia caja te servía como pantalla para proyectar. Todavía no puedo creer que una cosa tan simple, y cuando en casa creo que no tuvimos más de tres peliculitas distintas, nos pudiera dar tantísimas horas de entretenimiento. Y más me extraña aún que, viendo lo mismo, a alguna hermana le diera años más tarde por Bergman, François Truffaut, Ingmar Bergman y Abbas Kiarostami y a otras por Ozores. Los caminos de la cinematografía son inexcutrables.


Nancy


¡Pero qué guapa era mi Nancy! Ojo, la de los 70, no ese invento que se sacaron de la manga hace unos pocos años. Que la Nancy actual es una choni ¡y encima tiene una app! ¡Es que no tienen imaginación los críos de hoy en día para jugar con una muñeca sin necesidad de que un equipo de marketing le dirija desde el móvil! ¡Por favor! No sé cómo han tenido el valor de llamarla igual. Intolerable.

A lo que vamos. La Nancy era monísima, estilosa, con su inacabable colección de vestidos y complementos, de los que he querido rescatar el armario de la foto, que me encantaba... Una muñeca fantástica que tenía una hermana pequeña, Lesly, y, al igual que la raquítica operada de la Barbie, tenía un novio. Qué pena, todo el mundo se acuerda de que el novio de la Barbie se llama Ken pero, ¿recuerdan cómo se llama el novio de la Nancy? Tranquilos, yo se lo digo: Lucas, como el de la inolvidable canción de Raffaela Carrá.


Barriguitas


¡Qué cosa más rica! Por favor, qué monísimos eran estos bebés de apenas 10 cms con esa carica que nunca te miraba de frente (¿por qué los crearon mirando de lado? Un gran misterio de la humanidad que quedará sin resolver). Qué gusto unos muñequitos que no eran una cerdada como los de ahora, que te los venden con la "gracia" de que se cagan, se peden, se eructan, se mean, te potan, se les caen los mocos estilo troll de David el Gnomo... ¡Y a veces todo al mismo tiempo, que parece que el muñeco va a implosionar! ¡Qué asco! Prefiero estos virginales angelitos que también tenían sus trajecitos y complementos y no te causaban el mínimo desasosiego.


Visores diapos


No sé siquiera si se pueden considerar como un juego, pero estos ultra-mega-cutres visores de diapositivas han llenado horas de diversión en mi infancia. Estas minitelevisiones sencillamente llevaban una plaquita redonda dentro con unas mini fotos, generalmente con las vistas, monumentos o paisajes de algún lugar en concreto, que veías a través de un minúsculo agujerito que había en la parte de atrás de la minitele, y que hacías pasar accionando una palanquita o botón situado al un lado o en la parte superior del aparatillo.

De verdad que era lo más tonto que se pueda imaginar, pero era una forma de ver "otros mundos", porque este artilugio se convirtió en el souvenir obligado a traer cuando viajabas o veraneabas por ahí.


Mastermind


Es que lo tenía todo: fichitas de colorines, afán de hacerte pensar y deducir, emoción hasta saber si habías acertado la combinación de colores que tu rival había preparado... No hay palabras para describir la turbación que te causaba ir viendo cómo el  "mastermind" que escondía la combinación de colores iba colocando chinchetas negras o blancas, dependiendo de si habías acertado color y posición de una ficha o solo el color... o nada. ¡Qué tremenda alegría cuando destapaba el tejadillo con el que celosamente ocultaba la combinación ganadora y qué frustante cuando llegabas al intento final sin haberla adivinado! 


Maratón


"Sádico" artilugio con el mismo principio de los juegos de agua, sin el agua. Unos botoncitos, unas palanquitas y mucho pulso y habilidad eran lo único necesario para dirigir la canica y que pasara por todo el circuito de rampitas, tubos y columnas sin caerse en un tiempo límite. Lástima, yo tenía las palanquitas, los botoncitos pero... siempre me faltó el pulso y la habilidad. Décadas más tarde sigo igual, pero entusiasmo para jugar, oiga, de eso me sobra.


Y hasta aquí un pequeño repaso y homenaje a los juegos de mi infancia. Quizá ni mejores ni peores de los que hay hoy en día. Cada uno disfruta de lo que le toca vivir. (Qué tontería de "bienqueda": niños del parque de enfrente de mi casa, seguid jugando con la peonza. Mucho mejor que los juegos de "mata-mata" que os destrozan el cerebro y la vista en la pantalla de turno). 

Por cierto, como seguro que hay cientos de juguetes y juegos entrañables que obviamente se han quedado fuera de este post, por favor dejadme en comentarios alguno que os traigan buenos recuerdos para compartirlos. ¡Muchas gracias!