sábado, 29 de febrero de 2020

Minimalismo gastronómico: puches



La foto no es bonita, lo sé. Lo que me importa de la imagen es la historia que hay detrás, que es lo que me hizo reflexionar:

La Noche de Difuntos del año pasado me encontré con una vecina que venía la mar de contenta tras comprar unos granos de anís. El motivo de su alegría era que iba a preparar con ellos puches. Al preguntarle por tal comida me comentó que se trataba de unas gachas dulces que tradicionalmente comía en esas fechas durante su niñez (en plena posguerra) y que le traían buenos recuerdos. El "buen recuerdo" venía de que, si podían hacer gachas era porque ese otoño tenían harina, uno de los ingredientes principales de la receta. El resto eran aceite, pan y el citado anís. Era auténtica cocina de supervivencia, se aprovechaba lo que había en el momento para alimentarse. Buscando posteriormente el origen de las puches me enteré de que en tiempos de los romanos era la comida de los soldados más pobres. Y por cierto el nombre viene precisamente del término latino pultes que significa gachas.

Y yo que estoy muy interesada en el minimalismo y en esto que se ha dado en llamar "comida real" pensé: ¿las puches serían hoy en día consideradas "real food"? Con esta filosófica pregunta empiezan unos devaneos mentales con un toque de humor y, lo reconozco, cinismo...

Parto de la idea general de que el "real food" es el minimalismo aplicado a la comida y la intención de impactar lo menos posible en el medio ambiente cuando hablamos de alimentación. Es un estilo de vida basado en comer comida real y evitar los ultraprocesados. Hasta ahí bien. Estoy totalmente de acuerdo con evitar las porquerías prefabricadas con las que nos llevan bombardeando desde hace años, envasadas en una cuantas capas de plástico (¡encima!) y a rebosar de cualquier cosa menos nutrientes. Estoy convencida que esto de haber dejado de cocinar y comprar presunta comida con un aspecto más que sospechoso, meterlo en el microondas y "p´a dentro", es el causante directo de la plaga de la obesidad en nuestra sociedad (junto con el sedentarismo) y de las alergias cada vez más raras que muchos padecemos.

Pues venga, me voy a hacer del "real food" ese. Y ahora vienen mis cuitas y zozobras...

Para empezar, si algo impacta en el medio ambiente es que los alimentos tengan que venir de sabe dios dónde en medios de transporte con la carga de contaminación que esto conlleva. Voy a comprar pues productos de proximidad. ¿Pero con cuánta proximidad? ¿10 kms? ¿50? ¿200? Si analizo lo que como al día, voy a tener que variar este límite porque puede que las huertas en las que estén los vegetales que quiera comer no estén tan cerca como las granjas de donde venga la carne y ni te cuento de donde pueda llegar el pescado contando con lo lejos que me queda un mar o un río. Bueno, ale, con que sean del país creo que me apañaré, aunque un poco de gasolina sí que se va a gastar en traerlo. Y lo de comer alimentos de temporada... Aún recuerdo cuando solo había naranjas en invierno, por nombrar un ejemplo de una fruta que ahora tenemos todo el año. Pues nada, voy a revisar ese libro maravilloso de "cocina con alimentos de temporada" que me regalaron mis hermanas para asegurarme de qué se cría según la estación del año. Vaya tela... con gran desazón la experiencia me ha demostrado que el comprar frutas y verduras de temporada me sale por un pico porque, dado que solo se cultivan en ese momento, hay que sacarles el máximo partido. Y como venga la cosecha mal dada ni te cuento. Vamos, que mi bolsillo no puede permitírselo y volvemos a la fruta de invernadero traída "allende los mares".

¿Pero cómo no se me había ocurrido antes? ¡Un huerto urbano! Esta es una buena solución. En la gran ciudad en la que vivo hay unos cuantos. Iniciativa loable pero desgraciadamente a la que también tengo alguna pega que objetar: quiero que mis verduras y frutas no se cultiven lejos y además que no lleven esos pesticidas y demás porquerías químicas que se les echa a las cosechas "convencionales" para comer más sano. Vale. Vamos a obviar el hecho de que gracias a esas "porquerías" evitamos plagas varias y hemos conseguido aumentar las producciones para dar de comer a la ingente masa de población humana. Tengo la alternativa de cultivar en un terrenito de la ciudad unas plantitas. Madre de Dios cuando miro al cielo... ¿A dónde van a parar las partículas que enguarran el aire que respiro cuando llueve? A mi huerto urbano. Así que ahora no solo las respiro sino que encima me las como. Y bajando la mirada... Me encuentro un suelo contaminado doblemente por ese agua de lluvia y por las filtraciones de todo el entramado urbano e industrial que rodea a mi "ecológico" huertecito. Mira, vamos a dejarlo... Vuelve a la frutería del barrio de toda la vida...

Sigo inasequible al desaliento buscando cómo mejorar mi salud y no fastidiar a mi entorno y con gran desazón encuentro que el entorno me quiere fastidiar a mí. Es un decir, porque ni la lechuga tiene la culpa de estar cargada de plomo ni el pescado, especialmente el azul, de mercurio. Y esto por poner un par de típicos ejemplos de venenos que nos entran en el cuerpo muchas veces sin sospecharlo siquiera. Osea, que tan malo es ser omnívoro como vegano. Estamos apañados.

Mi última esperanza es volver la mirada a los orígenes: las abuelas. Este concepto lo uso como metáfora para pensar en lo que se comía antes, volviendo al principio de estas reflexiones, lo que aprovechaba la gente para comer. Y tampoco lo harían tan mal cuando, a pesar de haber pasado alguna que otra guerra, los abuelos han llegado a alcanzar edades muy respetables, en muchos casos en un estado de salud y lucidez envidiables, que no tienen muchos jóvenes de hoy en día, y sacando adelante una tropa con el triple o más de hijos de los que se tienen ahora.

¿Y es que acaso un bocadillo de chorizo hecho con un pan de calidad y un chorizo casero no era más real que un bollo industrial? (Por favor no me hablen de la dichosa masa madre, esa tomadura de pelo "marketiniana" que en la mayoría de los casos no ha visto el pan ni en pintura). ¿La paella, la fabada... no son "comidas reales"? Que sí, que ya sé que hacer ahora cualquiera de estos platos, a no ser que vivas en las regiones de origen, pueden suponer adquirir las materias primas de lugares lejanos, con su transporte y envoltorios incluidos pero, ¿la receta en sí? ¿Es quizá más real un gazpacho que un potaje de Cuaresma? Y que no me hablen de productos "ecológicos" ni "light"... que son la misma porquería que los ultraprocesados (cambian unos compuestos por otros peores aún) por el doble de precio.

En fin, que yo sigo buscando la mejor fórmula para alimentarme correctamente y además no saturar el contenedor amarillo. De verdad que detrás de este cinismo mío hay una buena voluntad...

Una vez dicho todo esto me van a permitir que siga con mis divagaciones degustando la riquísima sopa castellana que tengo delante.

Esto es comida real, a mí que no me líen.





No hay comentarios:

Publicar un comentario