viernes, 3 de agosto de 2018

Benidorm es un gran invento

La isla de Benidorm. Acongojantes las leyendas que explican su origen.

Lo reconozco. Soy una urbanita sin remedio. Dependo tanto del asfalto y el cemento, que cuando me voy de vacaciones tengo que dirigirme a un lugar que posea ambos en cantidades industriales.

Gracias al "ordenamiento urbanístico"de los años 60 (o justo por todo lo contrario), Benidorm es mi paraíso particular. Rascacielos por doquier (¿de verdad es la ciudad con más rascacielos por metro cuadrado del mundo tras Nueva York?), tiendas, ambientazo en cualquier época del año gracias a los incansables bailarines de pasodobles del Imserso, bares con orquestinas para todos los gustos y colores... Benidorm es una pasada lo cojas por donde lo cojas.

Este asentamiento de íberos y romanos y, muchos siglos después, pueblecito de pescadores, se ha convertido en una auténtica ciudad divida en dos playas, Levante y Poniente, resultando un despiporrre arquitectónico sin pies ni cabeza que permitió construir lo que les vino en gana a los constructores de turno. Me da igual que no haya ni dos edificios seguidos iguales, el perfil de Benidorm me encanta:

El perfil en cuestión.

No voy a aburrir contando las historias de "abuela zapatilla" de todo lo vivido durante los veraneos en esta maravillosa localidad alicantina. Es cierto que añoro el ambiente de principios de los 80, que me atraía más que el turismo familiar actual (gamberros ingleses aparte). Entonces te podías poner una lechuga en la cabeza que nadie te iba a mirar ni comentar nada sobre tu aspecto. Era un auténtico "todo vale". Lo de la lechuga no lo digo por decir, realmente lo vi. Desde entonces las cosas han cambiado mucho y a peor: en una visita reciente estuve a punto de ser atropellada por tres orondas turistas que paseaban sus rebosantes carnes en unos carritos motorizados, la última plaga en Benidorm.

Entremos en mi mundo "benidormiano" a través de mis lugares emblemáticos:

- La torre Principado:

El monolito de 2001 versión Benidorm.

Mi edificio favorito, básicamente por la cantidad de veraneos que nos pasamos allí. En primera línea de la Playa de Levante, con unas vistas espectaculares, era preferible disfrutar de su piscina antes que jugarte los tobillos en las rocas dentro de la playa de Benidorm (el único defecto que encuentro al lugar). ¡Ojo! Que me sigue pareciendo increíble la cantidad de pececillos diferentes que vi cuando buceaba bien cerca de la orilla. Pero es que es muy peligroso adentrarte en ese suelo marino.

- El rincón de Loix:


Qué apacible rincón.


Como su nombre indica, es el rincón que, en este caso, limita la Playa de Levante. El edificio antes nombrado estaba pegado a él. Desde este lugar podías divisar Benidorm en todo su esplendor.

- El cable ski:

Esto si que es diversión sin fin... al menos para el espectador.

Aquí viene mi oscura parte cruel: situado en la parte "marítima" del Rincón de Loix, hace muchos años que perdí la cuenta de las horas que me pasé riéndome con las "guantás" que se metían los valientes que se aventuraban a practicar el ski acuático. No podía concebir mayor diversión que, tras una mañana en la piscina, sentarme en la terraza del apartamento (en Torre Principado) con un refresco y unas olivas a ver caerse a los intrépidos esquiadores inexpertos nada más salir de la plataforma de "despegue". Por supuesto yo nunca lo intenté. Maldita cobarde miserable. (¿Por qué hablo en singular? ¡¡¡Mi familia entera se disputaba los prismáticos para ver mejor las caídas!!!)

- Avenida del Mediterráneo:

Paseos y compras sin fin.

Cuántos kilómetros nos habremos hecho avenida arriba, avenida abajo. Dado el calorazo que hacía cuando se salía a pasear por la tarde y no había quien parase en el paseo marítimo, las caminatas siempre empezaban por esta calle a la sombra de los arbolitos, cuajada de tiendas como casi todo el lugar.

- La Plaza Triangular:

Como su propio nombre indica. 

Una vez recorrida la Avenida anterior, llegas a esta peculiar plaza, siempre animada. Aquí podías optar por coger el autobús de vuelta al apartamento si ya estabas reventao de andar o seguir la caminata hasta el mirador, el puerto o la Playa de Poniente.

- El busto de Julio Iglesias:

Julio siempre.

Cómo no iba a dedicar un espacio al busto del gran Julio. Está situado en el precioso Parque de L'Aigüera, al lado del auditorio donde ganó el Festival Español de la Canción de Benidorm en el año 1968 con "La vida sigue igual". Por supuesto yo también me hice en su día una foto con él (con el busto, no con Julio).

- El Mirador:


Uno de los sitios más bonitos del mundo.

Uno de mis lugares favoritos no sólo de Benidorm, si no del mundo mundial. A la belleza de las vistas que puedes divisar desde allí, se unen los puestos de dibujantes y artesanos que se colocan en el mirador. Aunque esté a reventar de visitantes, siempre hay un ambiente tranquilo con una agradable musiquilla de fondo que aún no he conseguido averiguar de dónde salía. 

- El Paseo Marítimo:


Mira qué lindo iluminado. Da gloria verlo.

Ya estamos volviendo de nuestro paseo y, tras ponerse el sol, sí se puede disfrutar del camino por el Paseo Marítimo. Bares, tiendas, edificios de apartamentos... Todo en cantidad y calidad a lo largo del recorrido, que ya hace muchos años que es prácticamente peatonal.

- El bar de los moteros:

Mi bar playero favorito.

El que más me gusta. Es un espectáculo ver las motos aparcadas a todas horas en la puerta del bar que conocí como "el Harley". Buena música rock, actuaciones en directo y muy buena ambientación dentro del local.

- El hotel Las Ocas/Los Pelícanos:

Ya quisieran en Las Vegas....

¡Qué genial idea tuvo el malogrado patriarca de los Ruiz Mateos! Lo digo porque en su día, estos dos hoteles pertenecían al holding empresarial Rumasa. Las Ocas y Los Pelícanos son independientes pero sus zonas de ocio, incluidas las piscinas, son comunes a ambos. Gracias a ello, podías elegir en qué piscina te querías bañar, en qué chiringuito te tomabas algo, a qué salón de los dos hoteles ibas a ver la tele... Vamos, que no te hacía falta salir del complejo casi para nada.
El buffet era de lo mejor que he visto en mi vida. ¡Qué desayunos nos metíamos! Y, si no hubiera sido una gótica tan cardo y tan antisocial, hubiera participado en las variadas actividades que el grupo de animadores preparaba cada día. ¡Pedazo de profesionales! La mejor yinkana que he visto fue la organizada por ellos una noche usando todas las zonas comunes de los hoteles.

Y tras este viaje totalmente personal por mis lugares favoritos de Benidorm, no puedo por menos que homenajear a dos famosas vecinas de la localidad. Ya narré en "Luces, cámaras, músculos y... ¡acción!" mi encuentro con Manolo Escobar, que en paz descanse. Después del gran Manolo y Julio Iglesias, la mayor celebridad que ha salido de la ciudad es ¡¡¡María Jesús y su acordeón!!! Pasan las décadas y ella sigue inasequible al desaliento con su público entregadísimo en el bar donde actúa. Que no nos falte un baile de los pajaritos en nuestra vida:

María Jesús y su acordeón. No hay quien dé más.

¡Y Susana Estrada! La gran vedette del "destape" hace años que también se afincó aquí, tuvo su propio espectáculo y vive retirada tan tranquila:


¡Qué momentos nos has dado Susana!


¡Y me despido por todo lo alto! Vicente del Prado pondrá el broche de oro a esta entrada con una canción tributo a la ciudad costera de mis amores. ¡¡¡Adelante Vicente!!!






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